Para comprender de una mejor manera, es preciso tener en cuenta que pertenecemos a una Iglesia. Ésta intima unión que los cristianos conservamos con nuestra Iglesia, es la que nos permite entender el sentido de unidad. Puesto que la Iglesia de Cristo nos da una familia, una familia universal, la familia de los hijos de Dios, es necesario entonces que nos veamos involucrados en ella, puesto que sería absurdo hacerse llamar cristiano y no formar parte de esta gran familia.
Como toda una familia, la Iglesia nos brinda diferentes medios que, van ayudando a sus integrantes a favorecer los momentos de comunión.
Podríamos hablar en un primer plano de la Oración por excelencia, que es la Santa Eucaristía, pero no es la única.
En nuestra Diócesis contamos con la gran oportunidad de reunirnos también en pequeñas comunidades llamadas “Cenáculos”, estos nos permiten integrarnos a nuestra comunidad local, facilitando así una estrecha unión entre hermanos cristianos, cumpliendo con ello el deseo de Jesucristo, -que todos sean uno- (Jn. 17, 21.) y es así que la clave de esta unidad, se encuentra en la oración, ya que solo por medio de la oración, dirá el Catecismo de la Iglesia Católica, se encuentra ese amor filial, que nos permite ser verdaderamente hijos e hijas de Dios.
El objetivo principal de estas reuniones comunitarias, es el de ser casas y escuelas de comunión, puesto que se podría correr el riesgo de sentirse diferentes a los que integran el cenáculo vecino, y esto botaría totalmente el sentido comunitario que conllevan estos cenáculos.
Es por ello que debe cuidarse con mayor esfuerzo el tema da la identidad parroquial, sentirse parte de una parroquia, es decir una familia unida en oración.
Dirá Aparecida en su numeral 17, «Todos los miembros de la comunidad parroquial son responsables de la evangelización de los hombres y mujeres en cada ambiente» esto quiere decir que es deber nuestro también la preocupación por aquellas almas que no conocen o simplemente se han alejado de Jesucristo.
Pero ahora bien, es preciso también tener en cuenta que debemos fortalecernos nosotros primero, pues sino sería como aquella persona que quiere correr una maratón sin haber entrenado antes, ¿Qué crees que le pasaría?, ¿será que ganaría?, pues yo diría que no, ya que no estaba en condiciones para correr tanto, por ello tiene que entrenar antes si quiere ganar.
Igual sucede con nuestra vida espiritual, es necesario que fortalezcamos primero nuestra fe, para luego salir al encuentro de nuestros hermanos.
Ahora bien ¿cómo podemos hacer esto?
Bueno, teniendo en cuenta que los medios que nos brinda la Iglesia son eficaces. Pues la respuesta seria, cumplir con lo que nos manda la Iglesia, es decir, asistir a la Santa Eucaristía, comulgar, confesarse contantemente, entre otros muchos. Pero también y fundamentalmente, haciendo oración.
La oración en la clave de todo.
Pues bien, esto es lo que nos facilitan los cenáculos.
Es por ello que cuando nos comprometemos y nos integramos a una comunidad, nuestra unión con Dios y nuestros hermanos, se ve fortalecida, y por consiguiente nuestra vida espiritual se va alimentando para poder resistir en la maratón de la vida cristiana.